Rojxs y maricones en prime time

Sara Riveiro
7 min readMay 15, 2020

Este artículo sobre Sálvame y el colectivo LGBT fue originalmente escrito para el fanzine Unarchiva.

Escribo este pequeño y humilde ensayo mientras veo en directo cómo María Patiño confiesa entre lágrimas que se considera muy pesada y lleva desde la adolescencia sufriendo una ansiedad que hace que sienta todo lo que sucede a su alrededor de una forma que a veces la paraliza. Mientras el arrebato de honestidad culmina con un enérgico monólogo en el que repite, mirando a cámara, con la canción de Manuel Carrasco de fondo, su ya clásico “no dejes de soñar,” me pregunto una vez más, como espectadora habitual y como analista audiovisual, qué demonios estoy viendo y cómo puede existir este programa.

He sido muy crítica con Sálvame, desde la total ignorancia y guiándome por la imagen social que tiene y que lo convierte simultáneamente en telebasura despreciable y líder de audiencias. No empecé a ceder ante la curiosidad que saben generar de una forma magistral con sus temas y protagonistas hasta que asumí que es absurdo fingir desde la superioridad moral que un formato que lleva once años siendo líder de audiencia no tiene ningún tipo de interés a nivel académico y sociológico.

Y la verdad es que Sálvame es fascinante. Es la posmodernidad hecha televisión, en sus formatos líquidos que tiran por tierra todos lo que creíamos saber sobre el medio, en sus protagonistas provenientes de cualquier entorno o clase social y en sus discursos a favor de la libertad individual y el hedonismo.

En este caos de personas y personajes en constante tensión debatiendo sobre sus vidas privadas y temas que les afectan directamente, momentos como el que mencionaba de María Patiño no son ningún tipo de anomalía dentro de la escaleta. Tan solo dos días antes, una conexión en directo con Mila Ximénez terminaba en una especie de sesión de terapia colectiva después de que esta reconociera también llorando que estaba siendo incapaz de mantenerse animada durante el confinamiento.

Estas salidas de guión suelen ser apoyadas por el propio programa, insistiendo a través del presentador o presentadora en parar por un momento el ritmo del contenido para ahondar en las causas de esos pequeños arranques de honestidad y vulnerabilidad por parte de sus colaboradoras. Este interés tan humano y empático no se debe a una verdadera preocupación por parte de la dirección de cara a la estabilidad emocional de las trabajadoras del programa, ya que en otros momentos no duda en torturarlas sacando a la luz temas o inseguridades que puedan afectarles directamente para conseguir exclusivas o momentos de especial emoción y morbo que aseguren ratings o visitas online.

Más bien responde a la intención clara de este formato por difuminar los límites entre lo personal y lo privado y regalarle a su público momentos de hiperrealidad que puedan saciar sus ansías de voyeur de ver aquello que siempre había quedado relegado a la intimidad, especialmente si se trata de un tema tabú o escandaloso. Pero este cuestionable desprecio por los límites personales hace que salgan a la palestra a diario asuntos que en otro tipo de programas solo tendrían cabida cuando se produce un suceso, como el sexo, la violencia machista, las adicciones o las relaciones familiares. Sálvame habla de la vida, de la vida de aquellas personas que considera noticiosas, sí, pero también de la vida de sus colaboradoras y de la vida en abstracto, de todo lo que nos aflige a nivel personal y nos hace humanos.

En particular, la presencia de temas y personajes abiertamente LGBT ha sido una constante a lo largo de los once años de programa. Esto no debería sorprendernos, ya que desde su propio comienzo, el mundo de lo que ahora conocemos como prensa rosa ha estado ligado a lo femenino. Este concepto tan complejo, “lo femenino”, no implica solo a las mujeres, sino a un gran número de hombres cuya masculinidad, identidad de género u orientación sexual no encajaba dentro de los cánones establecidos por el cisheteropatriarcado. De esta forma, el mundo del corazón se ha ido convirtiendo en una especie de espacio de resistencia para mujeres y personas de colectivos minoritarios que muchas veces eran vistas y tratadas por el resto de la sociedad como “freaks”.

En programas como Sálvame hemos podido escuchar relatos y perspectivas de figuras icónicas de la historia LGBT española, como por ejemplo Cristina Ortiz, alias La Veneno, o Carmen de Mairena, que jamás habrían podido tener lugar en programas de un corte más serio y político. Solo hay que echarle un ojo a la plantilla para ver que tanto su director de producción, David Valldeperas, como Oscar Cornejo y Adrían Madrid, los directores de la productora, son hombres gays.

¿Implica automáticamente este liderazgo un verdadero interés y compromiso con la lucha del colectivo LGBT? En absoluto, especialmente cuando estamos hablando de hombres gays cis blancos de clase alta, pero lo cierto es que si analizamos el tratamiento que se hace de este tipo de historias, nos encontramos con un presentador como lo es Jorge Javier, también abiertamente gay que no ha dudado en usar su altavoz para defender a personas lesbianas, gays, bisexuales y trans.

La duda sería cómo afecta este mensaje a una parte de la audiencia que por su entorno o su edad no tienen cercanía con círculos o personas LGBT. El perfil estereotípico de audiencia de Sálvame es el de ama de casa, de una cierta edad, sin estudios superiores, que deja de fondo el programa mientras organiza la casa para sentirse acompañada. Cuando ponen Telecinco todas las tardes no sienten que estén viendo una tertulia entre famosas, más bien sienten que están en ese mismo plató, hablando con gente a la que respetan y tienen cariño, como si estuvieran tomando algo entre amigas, con pausa para merendar incluida.

Desde esa cercanía deliberada por parte del programa, uno de sus tertulianos favoritos incluye en medio de una frase “porque yo como hombre gay (…)”, y les da igual. Porque lo que les importa es que es su tertuliano favorito, y le respetan, y se empiezan a plantear que igual no pasa nada. Y es posible que por su edad o entorno no tengan relación directa con ninguna persona queer, que no conozcan la lucha histórica del colectivo LGBT o que no sepan usar una terminología que cada poco tiempo va cambiando y avanzando. Pero saben que Jorge Javier es gay. Escuchan sus bromas cada vez que un hombre le parece atractivo. Y no permitirán que nadie lo juzgue o critique.

Un par de días después reciben en ese plató que sienten como su salón la visita de Amor Romeira, antigua concursante de Gran Hermano, y lo que menos les importa es que sea una mujer trans. Y lo último que se les ocurriría sería cuestionar su identidad, porque ven cómo todo el mundo en plató se refiere a ella con los pronombres adecuados y habla con total naturalidad de sus operaciones, lo duro que fue su pasado y la discriminación que a día de hoy sigue sufriendo.

Esto no implica que no se hayan cometido errores, cualquiera que vaya a la hemeroteca puede encontrar momentos en los que se cuestionó la orientación sexual de alguien o se habló de personas transgénero con una terminología incorrecta y tono despectivo o satírico. Debemos tener en cuenta que la intención de Sálvame dista mucho de hacer pedagogía o encabezar ningún tipo de revolución, y sus colaboradoras no siempre están formadas en temas sociales o políticos, pero sí podemos ver una mejoría con los años que estoy segura de que se debe a muchas peleas internas y compromisos individuales con la imagen y los derechos de las personas queer.

Con el tiempo se ha conseguido que en el plató del conocido programa de neorrealidad no se pueda hacer ningún tipo de comentario LGBTfóbico sin que esté sea ampliamente criticado, hasta el punto de que una de las peores acusaciones que puede recibir alguien que quiera pertenecer a ese mundo es la de tener una mente cerrada.

Precisamente uno de los momentos más icónicos de la historia del programa fue cuando Bárbara Rey, actriz y presentadora, reconoció haber tenido una noche (pausa dramática) de amor con Chelo García Cortés, colaboradora estrella. Escuchar a una persona como Bárbara, conocida por sus presuntos romances con el antiguo jefe del estado español, lamentar que no le gustasen las mujeres “porque habría sido mucho más feliz,” fue sin duda sorprendente por las dos personas implicadas, pero no mucho más de lo que lo habría sido si se tratara de un hombre y una mujer.

Además, Chelo, persona abiertamente bisexual y que lleva quince años con su pareja, Marta, fue en su día la protagonista involuntaria de un amplio debate sobre sexualidad y género. En verano de 2017 estalló la polémica al salir a la luz un comentario que uno de los colaboradores del programa había hecho sobre ella. En respuesta a un “qué bestia es la tía, jaja”, de Kiko Hernandez, Jesús Manuel Ruiz decía “¿tía? jaja” poniendo en duda que Chelo fuera una mujer, o bien por su apariencia física o por su orientación sexual.

Este comentario desató el enfado de gran parte de las tertulianas, escandalizadas ante la idea de que alguien del programa pudiera hacer un comentario así de misógino y homófobo, y a lo largo de toda la semana se debatió sobre el tema con el hashtag “chelofobia”. Ante esto, la colaboradora declaró rotundamente: “Tengo 63 años, me acuesto con quien me da la gana y soy una mujer.”

Y es que en palabras del propio Jorge Javier, “este programa es de rojos y maricones”, y si bien la primera parte es más dificil de probar por las contradicciones constantes de la gallina de los huevos de oro de Telecinco, la segunda es a estas alturas indiscutible.

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Sara Riveiro

Muchos sentimientos y pensamientos y cero intenciones de pedir perdón por ello